sábado, 14 de abril de 2012

La ciudad que queremos: VII. El mantenimiento de las huertas tradicionales


La Declaración de Úbeda y Baeza como ciudades Patrimonio de la Humanidad contempla una especial protección sobre el ruedo de huertas tradicionales que constituyen la fachada Sur de ambas ciudades y, especialmente, de la de Úbeda. Se trata de un paisaje natural humanizado en el que aún permanece vigente de manera casi milagrosa este tipo de explotación agraria. 
Sucede que esta vigencia se está debilitando por momentos y si no hacemos algo pronto para detener su gradual deterioro, probablemente nuestros nietos solo puedan contemplar en foto esta excepcional riqueza heredada de generaciones de hortelanos. No hay más que asomarse a estos parajes para comprobar cómo las sucesivas corporaciones locales y las diferentes administraciones autonómicas y estatales han dejado perderse este tipo de cultivo tradicional. Al contrario de lo que sucede con los artesanos alfareros o forjadores, los hortelanos cada vez son menos, y pareciera que se esté trabajando más que para que permanezcan en el tiempo, para conseguir que no quede ninguno, que se extinga este oficio por completo. Habría de generarse un plan de recuperación y de protección que garantizara su pervivencia, al igual que se ha conseguido mantener la tradición de nuestra genuina artesanía local.
Plaza Vieja insiste en que es necesario mantener el uso de las actuales huertas, recuperar las abandonadas y no permitir su sustitución por el cultivo de olivar (aunque puede ser también un cultivo de regadío). Y es que la amenidad de este paisaje tan natural y tan humano, su frondosidad, los matices de sus verdes cultivos, la primorosa geometría de sus eras, etc., solo los pueden aportar nuestras huertas tradicionales, seriamente amenazadas y en proceso de sustitución. En este sentido, es justo destacar el aspecto positivo del PGOU de 1997 y lo que recoge al respecto el avance de revisión del nuevo PGOU para preservar la imagen del conjunto, al considerarlo suelo no urbanizable de especial protección del espacio rural al sur del núcleo urbano; una zona que comprende el ruedo de huertas tradicionales, pues reconoce que éstas suponen una forma de aprovechamiento de taludes y terrazas y de las aguas de los minados que es necesario preservar.
Si nos paseamos por lo que queda de estas huertas nos encontraremos con albercas y minados seculares, tablas cuidadas con esmero…, pero también veremos muros de piedra arruinados, olivares que van trepando ladera arriba y engullendo las antiguas eras dedicadas a huerta, y basura, mucha basura en forma de plásticos, escombros, muebles desvencijados, sanitarios roñosos…, abandono y suciedad. No podemos mirar para otro lado: estas terrazas y taludes, estas aguas de los minados, acequias, surgencias, fuentes… es necesario conservarlas.


Nuestros gobernantes, salvo su inclusión en el documento de la Declaración, no han dado aún a las personas que heredaron este excepcional patrimonio la oportunidad que necesitan para hacer factible su permanencia en el tiempo, para que no sean finalmente más que polvo en el viento. Sólo la obstinación de algunos de estos hortelanos, que han preferido continuar con esas centenarias terrazas unos, muy pocos, desde un punto de vista profesional y otros, la mayoría, como aprovechamiento para el disfrute familiar, sólo este tesón ha hecho posible la supervivencia contra viento y marea de algunas huertas; a pesar de todo y de todos; a pesar de la invasión de nuestros mercados y fruterías por verduras foráneas industrializadas y cultivadas de manera intensiva con métodos agresivos que no hacen sino esquilmar la tierra.
Pero la perseverancia de estas familias no basta para que estas actividades agrarias puedan desarrollarse de manera efectiva: es preciso una mayor amplitud de miras y permitir cierto tipo de prácticas productivas que sean acordes con la protección de estos espacios mediante el desarrollo de actividades alternativas a las específicamente agropecuarias y compatibles con ellas. Es vital dar una oportunidad a esta ancestral labor agrícola no sólo de importancia económica, sino preciosa por sus excepcionales valores antropológicos, culturales, etnológicos y medioambientales, que no deberían dejarse morir, y menos aún cuando el mismísimo documento de la Declaración cataloga la feliz supervivencia de los ruedos de huertas tradicionales como complemento de la imagen histórica de Úbeda y Baeza.

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