La Declaración de Úbeda y Baeza como ciudades Patrimonio de la Humanidad contempla
una especial protección sobre el ruedo de huertas tradicionales que constituyen
la fachada Sur de ambas ciudades y, especialmente, de la de Úbeda. Se trata de un paisaje natural humanizado en el que aún permanece vigente de manera casi milagrosa
este tipo de explotación agraria.
Sucede que esta vigencia se está
debilitando por momentos y si no hacemos algo pronto para detener su gradual deterioro,
probablemente nuestros nietos solo puedan contemplar en foto esta excepcional riqueza
heredada de generaciones de hortelanos. No hay más que asomarse a estos parajes
para comprobar cómo las sucesivas corporaciones locales y las diferentes
administraciones autonómicas y estatales han dejado perderse este tipo de
cultivo tradicional. Al contrario de lo que sucede con los artesanos alfareros
o forjadores, los hortelanos cada vez son menos, y pareciera que se esté
trabajando más que para que permanezcan en el tiempo, para conseguir que no
quede ninguno, que se extinga este oficio por completo. Habría de generarse un plan de recuperación y de protección que
garantizara su pervivencia, al igual que se ha conseguido mantener la tradición
de nuestra genuina artesanía local.
Plaza
Vieja insiste en que es necesario mantener el uso de las actuales huertas,
recuperar las abandonadas y no permitir su sustitución por el cultivo de olivar
(aunque puede ser también un cultivo de regadío). Y es que la amenidad de este paisaje
tan natural y tan humano, su frondosidad, los matices de sus verdes cultivos, la
primorosa geometría de sus eras, etc., solo los pueden aportar nuestras huertas
tradicionales, seriamente amenazadas y en proceso de sustitución. En este
sentido, es justo destacar el aspecto positivo del PGOU de 1997 y lo que recoge
al respecto el avance de revisión del nuevo PGOU para preservar la imagen del
conjunto, al considerarlo suelo no urbanizable de especial protección del
espacio rural al sur del núcleo urbano; una zona que comprende el ruedo de
huertas tradicionales, pues reconoce que éstas suponen una forma de
aprovechamiento de taludes y terrazas y de las aguas de los minados que es
necesario preservar.
Si nos paseamos por lo que queda de estas huertas nos encontraremos con
albercas y minados seculares, tablas cuidadas con esmero…, pero también veremos
muros de piedra arruinados, olivares que van trepando ladera arriba y
engullendo las antiguas eras dedicadas a huerta, y basura, mucha basura en
forma de plásticos, escombros, muebles desvencijados, sanitarios roñosos…, abandono
y suciedad. No podemos mirar para otro lado: estas terrazas y taludes, estas
aguas de los minados, acequias, surgencias, fuentes… es necesario conservarlas.
Nuestros gobernantes, salvo su inclusión en el documento de la
Declaración, no han dado aún a las personas que heredaron este excepcional patrimonio
la oportunidad que necesitan para hacer factible su permanencia en el tiempo,
para que no sean finalmente más que polvo en el viento. Sólo la obstinación de
algunos de estos hortelanos, que han preferido continuar con esas centenarias
terrazas unos, muy pocos, desde un punto de vista profesional y otros, la
mayoría, como aprovechamiento para el disfrute familiar, sólo este tesón ha
hecho posible la supervivencia contra viento y marea de algunas huertas; a
pesar de todo y de todos; a pesar de la invasión de nuestros mercados y
fruterías por verduras foráneas industrializadas y cultivadas de manera intensiva
con métodos agresivos que no hacen sino esquilmar la tierra.
Pero la perseverancia de estas familias no basta para que estas
actividades agrarias puedan desarrollarse de manera efectiva: es preciso una
mayor amplitud de miras y permitir cierto tipo de prácticas productivas que
sean acordes con la protección de estos espacios mediante el desarrollo de
actividades alternativas a las específicamente agropecuarias y compatibles con
ellas. Es vital dar una oportunidad a esta ancestral labor agrícola no sólo de
importancia económica, sino preciosa por sus excepcionales valores
antropológicos, culturales, etnológicos y medioambientales, que no deberían
dejarse morir, y menos aún cuando el mismísimo documento de la Declaración cataloga
la feliz supervivencia
de los ruedos de huertas tradicionales como complemento de la imagen
histórica de Úbeda y Baeza.
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