Han
pasado ya más de ocho años desde que la dualidad Úbeda-Baeza fuera inscrita en
la lista de Patrimonio Mundial por constituir un ejemplo del diseño
arquitectónico y urbano del siglo XVI que contribuyó a la introducción de las
ideas del Renacimiento en España y a difundirlas en América latina.
El
segundo criterio para merecernos esta distinción fue que ambas ciudades constituyeron
los primeros ejemplos excepcionales de arquitectura y de urbanismo del
Renacimiento en la España de principios del siglo XVI.
En su día
la UNESCO pudo tomar esa decisión porque Úbeda-Baeza han logrado ofrecer a la
Humanidad su legado patrimonial en un estado de conservación que, a pesar de
los cinco siglos transcurridos, mantiene un alto grado de autenticidad. Los
valores que se atribuyen a nuestro patrimonio han sido sobradamente
contrastados por personas expertas y organismos nacionales e internacionales
siguiendo un procedimiento serio y riguroso.
Úbeda y
Baeza son ejemplos de un legado histórico-artístico auténtico, es decir,
acreditado y cierto, factor clave en cualquier estudio científico sobre el
patrimonio cultural, en todos los planes de conservación o restauración, así
como en el arduo proceso que hubimos de recorrer para merecer ser incluidos en
la Lista del Patrimonio Mundial.
La Carta
de Venecia de 1964 establece que un bien cultural supera la prueba de la
autenticidad si mantiene su integridad original, tal como se creó o como ha
evolucionado a lo largo del tiempo. La autenticidad debe ajustarse al concepto
de lo genuino, teniendo en cuenta los materiales, el diseño, los métodos
constructivos y artísticos y el entorno.
Para los expertos, en este sentido lo ideal es mostrar una
imagen real encaminada a que el turista sea capaz de sentir y de distinguir que
el patrimonio que se le enseña es todo auténtico, lo cual debe ser apoyado a
través de la gestión del patrimonio y la gestión turística.
Sin embargo, no siempre suceden las cosas de este modo
porque, a pesar de llevar ocho años largos en la lista de Patrimonio Mundial,
ambas ciudades, o al menos en lo que concierne a Úbeda, continúan padeciendo
una administración local, representada por sus dos últimos alcaldes (porque el
actual todavía no ha dicho esta boca es mía en este sentido) y una autonómica,
representada por la Delegación Provincial de Cultura, que parecen no ser
todavía conscientes de su inmensa responsabilidad ante el grado de protección
que estas dos joyas mundiales se merecen; que en demasiados casos miran para
otro lado, si es que miran, de tal manera que dan la impresión de que
desconocen que, cinco siglos y ocho años después, tenemos la obligación de
estar a la altura de nuestro actual estatus en el mundo y seguir constituyendo,
por tanto, “ejemplos excepcionales” de conservación del patrimonio.
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