El casco antiguo posee algunos de los rincones más bellos de la ciudad pero, a tenor de las continuas quejas de sus residentes, también algunos de los más sucios o con las casas en peores condiciones. Los colectivos vecinales no cejan en su empeño de exigir a las administraciones públicas, en especial al Ayuntamiento, que preste más atención a una de las zonas más turísticas de la capital.
Las asociaciones de vecinos pertenecientes al casco antiguo de la capital jiennense llevan años con las mismas reclamaciones: solares abandonados que son foco de basura y alimañas, poca limpieza y casas cada vez más antiguas que necesitan una reparación so peligro de derrumbarse.
Las grietas y las humedades son, desde luego, visitantes asiduas. Las viviendas, en su mayoría con muchos años a sus espaldas y con escasas reformas estructurales, acumulan desperfectos. Algunas están abandonadas, pero sus problemas llegan a “contagiar” a las anexas, que sí pueden estar habitadas. Barrios como La Merced, San Juan, Faldas del Castillo o La Magdalena presentan muchos casos, pero también otros como La Alcantarilla, donde los deslizamientos y los corrimientos de tierras implican, a su vez, el resurgimiento periódico de grandes grietas que, en algunos casos, han llevado al desalojo, temporal o permanente, de los residentes de las casas afectadas.
Pero los vecinos tienen más quejas, referidas a la limpieza, sobre todo, y a la dejadez mostrada por las administraciones públicas, en general. “En todas las ciudades andaluzas, los cascos antiguos son las zonas que más cuidadas están, y es lógico, porque son las más transitadas, las que más turistas tienen y las que dan una buena imagen”, comenta una vecina de La Merced que reside en la calle Joaquín Costa. “Yo lo que quiero para mi barrio es eso mismo, o que por lo menos esté limpio”, añade. Ella y otras mujeres de la calle barren y friegan todas las semanas la calle para tenerla “en condiciones”, pero, aun así, no es suficiente.
Mientras tanto, los vecinos no se quedan de brazos cruzados. El pasado mes de diciembre, cinco asociaciones vecinales se reunieron para debatir con técnicos y expertos las soluciones para dar viabilidad y un fuerte empuje al futuro del casco antiguo. Finalmente, trasladaron las conclusiones al Ayuntamiento para que de la teoría se pase a la práctica cuanto antes. Antonio Heras /Jaén
La humedad “se apodera” de las paredes en la calle Joaquín Costa
Los propietarios de casas y de primeros pisos y bajos en la calle Joaquín Costa tienen desde hace décadas un problema que no tiene visos de acabar: las humedades. A pesar de las reformas que emprenden, el agua vuelve a aparecer. Por ello, demandan al Ayuntamiento la renovación de las canalizaciones.
La calle Joaquín Costa, situada en el barrio de La Merced, es una estrecha vía peatonal por la que apenas pueden circular dos personas a la par. Tiene el encanto de lo antiguo, y en la mayoría de su recorrido se ve, allá en lo alto, una de las torres de la Catedral.
Sin embargo, los residentes, lejos de despreciar las bellas vistas y el emplazamiento de sus domicilios, tienen un asunto mucho más inmediato e importante del que preocuparse: las humedades, que afectan, especialmente, a las viviendas situadas a ras de suelo o en las primeras plantas. Algo que sucede desde hace décadas pero que nadie parece capaz o dispuesto a atajar hasta la fecha. La causa estriba, según explican los vecinos, en unas canalizaciones que no han sido renovadas por completo desde hace “cuarenta años al menos”. Así lo afirma Magdalena Pérez, que se vio obligada, incluso, a instalar un aljibe con una bomba extractora de agua en su bodega para evitar las continuas inundaciones que sufría.
Pese a todo, la humedad invade muebles de madera y paredes, y las grietas reaparecen tras las periódicas capas de yeso y pintura. “Hasta la ropa, dentro de los armarios, acaba oliendo a humedad”, explica esta vecina de La Merced. “He escrito al Ayuntamiento y a la compañía del agua, y ni caso”, lamenta Pérez. Enfrente de la casa de Magdalena vive Carmen Ruiz. Al entrar en el portal se nota un inconfundible olor a humedad y, en las paredes, los desconchones deslucen el aspecto de unas zonas comunes que se pintaron hace poco.
Similar situación vive Natividad Vargas, unos metros más abajo. El portal presenta los clásicos desperfectos causados por la presencia del agua tras la pared, tanto a ras de suelo como en los tramos de madera de las escaleras —con aspecto de podredumbre—, mientras que, dentro de su vivienda, el dormitorio y el pasillo también sufren las humedades. Son solo tres ejemplos de una dinámica que se repite a lo largo de toda la calle, y los vecinos empiezan a estar hartos.
Dolores Garrido
Una vecina de La Alcantarilla pide regresar a su hogar “antes de morir”
Dolores Garrido tiene 78 años y una idea fija en la cabeza: volver a su casa, en la que vivió durante más de medio siglo y en la que crió a sus cuatro hijos. Un grave problema de grietas hizo que los técnicos del Ayuntamiento la precintaran parcialmente hace ya cuatro años e impidieran su habitabilidad mientras no se acometieran profundas obras de reparación. Desde entonces vive en un piso y, aunque el alquiler se lo paga la Corporación, ella solo desea regresar a su domicilio de la calle Jardín de la Violeta, donde la esperan sus muebles y sus recuerdos. “Mi madre dice que quiere morirse en esa casa”, afirma Consolación Lozano, una de sus hijas.
El caso viene de muy atrás. Hace “más de doce años”, según cuenta Consolación, hicieron unas obras en la calle Ladera de San Ramón —perpendicular a la de Jardín de la Violeta— para “dar salida” a la carretera del Puente de la Sierra. “Desde entonces empezaron a salir muchas grietas, cada vez más”, afirma Lozano. “Luego está el suelo, que por lo visto en esta zona se mueve mucho, y agrava el problema”, añade. Las rajas más profundas aparecieron en la cocina, el baño, la terraza y el garaje. “Un día estaba cocinando y se cayó el plafón, que por suerte no me dio”, cuenta Dolores. A partir de ese momento tuvo que abandonar su hogar. Se trata del único desalojo de un barrio que ha convivido con grietas y deslizamientos en la última década. Mientras muchas de las casas de alrededor eran reparadas gracias a un acuerdo entre la Junta y el Ayuntamiento, y la propia Ladera de San Ramón sufría una profunda reforma, la vivienda de Dolores permanecía abandonada. La luz al final del túnel llegó en 2010, cuando el Ayuntamiento aprobó en pleno el arreglo de la casa por algo más de 100.000 euros. Dos años más tarde, las obras no han comenzado y el dinero presupuestado se ha esfumado. El cambio del equipo de Gobierno tampoco ha beneficiado a los intereses de Dolores Garrido.
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