Aquí os dejamos un artículo de nuestro socio Luis Foronda:
De vez en cuando, el filósofo miraba sus manos y se lamentaba diciendo: ¡Qué pequeñas son mis manos en relación con todo lo que la vida ha querido darme! El mundo está lleno de cosas maravillosas, tan enormes, tan bellas, que nuestras manos siempre se quedan pequeñas, incapaces de abarcarlas. Ante semejante desgracia, nos hemos resignado a que las manos, simplemente, acaben yendo al pan. Pero el hombre además, con sus manos, es capaz de partirlo y de llevárselo a la boca. Quiero decir que las manos alimentan, siembran y siegan, acarician, dibujan una línea sinuosa en la piel expectante, una mano estrecha otra mano, se abre y se entrelaza, una mano se hace y se deshace, ondea las banderas, hace brotar todas las artes, saca la música de las cuerdas, las palabras del lápiz, los retratos del pincel, la mano se hace puño, golpea, sostiene el puñal, hace girar la onda que derribará al gigante, aplasta la mosca, la mano arroja y recoge, adivina el porvenir, la mano levanta el muro y lo pinta, hace la casa y la derriba, construye el cohete, cierra los ojos del muerto y recoge al niño que acaba de nacer. A lo largo de la historia todo ha sido hecho con las manos del hombre, pero en el último siglo nos hemos creído que las máquinas lo harían todo por nosotros, que nuestro futuro sería un vivir sin dar golpe, un estar “mano sobre mano”. Sin embargo ahora las manos siguen siendo utilizadas en la misma medida que hace siglos o más, la azada del agricultor es el “tablet” del ejecutivo, sostenido por las mismas manos temblorosas, preocupadas por el negro porvenir. El alma del hombre no se manifiesta a través de sus ojos y ni siquiera de sus palabras, se manifiesta a través de sus manos.
Consciente de ello, hace unos días, la Asociación en Defensa de Ubeda Patrimonio de la Humanidad, Plaza Vieja, entregaba sus premios anuales. Este año ha sido premiado el colectivo de alfareros ubetenses. Úbeda, ciudad de cíclopes de piedra, de edificios fantásticos, cuenta con el patrimonio hermosísimo de su alfarería, que ya estaba ahí antes incluso de que existieran los monumentos. El arte callado y constante de la cerámica ha sabido conservar como ninguno su esencia y su sentido, siempre vivo a través de varias generaciones, abuelos, hijos y nietos, enamorados del barro. Artistas que han mantenido las mismas técnicas ancestrales, pero que han sabido abrirse al mundo, innovando sin perder su autenticidad, en cada vuelta del torno. La entrega del premio fue un acto emocionante, un momento único, casi histórico, ver juntos a todos esos maestros a los que Úbeda les debe tanto.
Qué grandes son las manos del alfarero, las únicas capaces de abarcar, de sostener y de modelar toda la belleza del mundo.
Luis Foronda. Diario Jaén. Enero 2012
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